Atrapado en el puesto avanzado de Rocal maldigo una y mil veces la fatídica puntería de los arqueros de la Alianza, capaces de derribar a una montura voladora en mitad de la noche. Elfos armados con arcos largos, probablemente. ¡ Que el fuego de los orcos reviente sus pellejos por ello !
Aquí estoy, en medio de los brutos a las órdenes del Caudillo Garrosh, nuestro ilustre Jefe de Guerra, abandonado en estas ciénagas, lejos de cualquier lugar civilizado. Estos salvajes no tienen ni una miserable biblioteca con la que pasar el rato y tan sólo tienen en mente una sóla cosa: matar.
La barbarie impera por doquier, acunada en el ambiguo y caduco concepto del honor que los orcos en tan alta estima tienen, como si les fuera a salvar de su aciago destino marcado ya desde Terrallende.
Terrallende...El primigenio hogar de la raza orca era mi destino, una tierra asolada por los demonios desde hace tiempo, demonios que podrían conocer las respuestas a todas mis preguntas.
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