La vida del paladín está llena de momentos auténticos, de pequeños instantes de dicha que refulgen como las gemas en lo profundo de las minas de Dun Morogh. Son esos momentos los que me hacen sentir bien, sabiendo que hago lo correcto a pesar de que no siempre se trata de lo más adecuado. Y muchas veces, ni lo sensato, como aquella tarde en la que ayudé a un jovenzuelo a ganarse algo de fama...con un poquito de mi ayuda, por supuesto.
No recuerdo ni cómo me dijo que se llamaba, pero toda su intención era adentrarse en la red de cuevas que hay al norte de la Presa de las Tres Cabezas y exterminar a un desagradable jefecillo ogro que hacía de las suyas por aquellos andurriales. Y todo por una mujer. ¡ Típico de los humanos!
Ya desde el primer momento me di cuenta de que el chaval iba a precisar de toda mi ayuda, sobre todo cuando vi que se echaba al lago con la intención de cruzarlo de parte a parte en vez de bordearlo. No es que me miedo el agua, pero mojarme así como así, pues no me apetecía mucho, la verdad. Aun así, decidí seguirle, pues no me hubiera perdonado a mi mismo si le hubiese ocurrido algo después de darle mi palabra de acompañarlo.
La precaución acabó estando justificada de sobra, ya que el impulsivo jovenzuelo no dudaba en arremeter con su espada, con ese brillo de las armas recién estrenadas y recién afiladas, contra todas las criaturas que se cruzaban en su camino, ya fueran venenosas arañas de las colinas o feroces osos del bosque. Creo que ese día terminé debiendo demasiados favores a la Luz Sagrada, con todas las innumerables plegarias de protección y sanación que tuve que rezar por el muchacho de loca cabeza.
Al final acabamos encontrando al ogro y logramos derrotarlo en su propia guarida. Mi joven e impulsivo protegido se marchó con una sonrisa de oreja a oreja, orgulloso de haber cumplido su misión con grandes dosis de valor y heroísmo, que posteriormente narraría a su enamorada, seguramente permitiéndose más de una licencia literaria.
Le despedí en Thelsamar con la mejor de mis bendiciones..y empecé a largarme de allí lo más de prisa que me permitían mis cortas piernas por si se le ocurría llevarme de nuevo de aventuras.
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