Elegía (Diario de Grumnkko)

El pequeño Ragor se había ganado mi corazón. Ese pequeño cachorro de orco había logrado hacer que me enterneciera cuando le veía jugar en la arena de la playa.  Prometí a a su padre, un honorable guerrero muerto por la picadura de un escorpión gigante en Mil Agujas, que cuidaría de ellos y que haría que creciera como un orco fuerte y sano, pero ahora esrá muerto, al igual que su madre.

Un numeroso grupo de humanos, quién sabe por qué motivos, desembarcó en la costa muy cerca de aquí. ¿Por qué vinieron ? Nadie en Durotar lo sabe, ni creo que llegue a descubrise jamás. Llegaron como alimañas, saqueando y matando, para luego hacerse a la mar en sus dorados navíos, bebiendo ron y bailando en la cubiertas, como criaturas despreciables que son.

Cuando retorné de mis negocios en Ogrimmar ví la columna de humo desde la distancia. Encontré los pequeños restos de Ragor en la playa, junto con uno de sus juguetes preferidos. El cadáver de su madre yacía entre las ruinas de la cabaña, ensartada de parte a parte por una lanza. Su hacha estaba mellada y llena de sangre, por lo que supongo que presentó resistencia y logró matar a algunos de aquellos malditos perros antes de sucumbir en la batalla. Los he enterrado juntos, bajo el suelo de la vivienda.

No encontré ni rastro de Gromk, el jabalí, mi compañero animal. Quizá la pobre bestia lograse escapar a fin de cuentas, o quiza haya terminado su vida en un asador. Creo que nunca lo sabré.

Lo que sí se es que entre las ruinas de la casa pinté mi rostro con hollín y sangre, como los grandes guerreros de antaño y que mi juramento de venganza resonará para siempre entre las rocas de los acantilados.

 No descansaré hasta que sus malditos pellejos se pudran bajo el sol y las sabandijas devoren sus carnes condenadas.

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