Mientras me repongo en mi cama de las consecuencias de mi última aventura, no paro de penar en cómo se desarrollan los acontecimientos a veces, como si una mano invisible los fuera hilvanando poco a poco hasta que se cumpla su misterioso destino.
Retornábamos de una misión mas allá del Paso de la Muerte. La pequeña columna de soldado avanzaba lentamente por esta tierra maldita, deseosos de llegar pronto a casa pero vigilantes. Nuestros pasos eran los únicos sonidos que rompían el silencio entre las afiladas peñas del paso. Abría la marcha el enano Rhumitd, mientras que la retaguardia la cubría el propio Comandante. Marchábamos con paso tranquilo, de modo relajado, siguiendo las huellas de nuestro oteador. Yo estaba cansada, quizá con un principio de resfriado..
Nuestros pasos nos llevaron hasta un puente natural que cruza una angosta garganta, por cuyo fondo discurre un arroyo. Dado el lamentable estado del puente, el Comandante ordenó que lo cruzáramos de uno en uno por si cedía. El silencio se hizo más patente cuando contuvimos la respiración al pasar los primeros. Pequeños guijarros caían de la maltratada piedra y desaparecían en las profundidades de la garganta.
Cuando me tocó el turno a mí, algo ocurrió. Estaba en mitad de la pasarela y tropecé. Caí cuan larga era el suelo, con la mala suerte de que rodé hasta el borde. El puente osciló y crujió ligeramente bajo mi peso, mientras intentaba aferrarme a la cuerda que me tendieron mis compañeros desde uno de los lados del camino, sin éxito. Me precipité al vacío desde la pasarela, que se iba alejando a medida que caía hacia el fondo de la garganta.
Me zambullí salvajemente en el helado torrente. Por suerte, era lo suficientemente profundo como para no estrellarme contra el fondo, pero en un principio me sentí desorientada. Más cuerpos cayeron a mi alrededor. Intenté nadar hacia la superficie para pedir ayuda, pero mi cota de mallas pesaba demasiado y tiraba de mí hacia abajo. Saqué el cuchillo de mi bota y corté frenéticamente las correas de sujeción. Me deshice de todo, excepto de las botas y de mi arma, que no soltaría por nada del mundo y pataleé hasta la superficie. Oía gritos..
Cuando llegué a la orilla, me recibieron brazos amistosos. Me encontré con que el Comandante en persona había bajado por un sendero hasta el torrente, junto con algunos de mis compañeros. La soldado Lucylda se había despojado de sus cosas y me estaba ayudando a salir. Empapada y aterida, le dí las gracias.
Poco después, marchamos a Villa Oscura. El Comandante estaba que trinaba porque algunos reclutas habían abandonado su posición para ayudar a un camarada caído, descuidando la vigilancia del sendero. Tras imponer algunas sanciones, me dirigió un "Por favor, póngase algo Zareba", lo cual me hiizo percatarme de mi relativa desnudez e ir a por algo. Por suerte, los Carevin me prestaron una capa vieja para taparme y poder ir a Ventormenta con algo de dignidad...
Y ahora estoy en cama, presa de la fiebre y el enfriamiento, esperando estar algo mejor para reincorporarme al servicio. Me han traído unas cartas, incluída una que lleva el sello de Forjaz. En cuanto esté mejor, tendré que leerla por si trae noticias familiares.
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