Hijo mío:
Cuando recibas esta carta, significará que he caído en el campo de batalla y no estaré nunca más con vosotros. Parto con el ejército de Su Majestad a combatir al enemigo en su terreno. Es un honor para cualquier De Brac seguir los caminos de la Luz Sagrada, y servir en una causa tan llena de nobleza como la de estos tiempos oscuros que nos ha tocado vivir es algo que deberá llenar tu corazón de orgullo y de gozo.
Aun así, lamento profundamente no haberte podido conocer, ni poder estar a tu lado en tus primeros pasos por el largo camino de la vida. Ha sido un sacrificio muy duro de sobrellevar, sostenido tan sólo por la esperanza de que a tu madre y a tí os lego un mundo mejor y más limpio de todos los males que nos amenazan.
Os dejo a los dos al cuidado del Abad de Villanorte, un buen hombre lleno de piedad y justicia. Lo poco que os queda en herencia servirá para vivir dignamente y manteneros a salvo de toda preocupación, si es que eso es posible todavía en este turbulento mundo.
Poco más he de decirte, hijo mío. Ayuda a tu madre en todo lo que puedas, aprende las sendas de la Luz y sigue las enseñanzas de tus maestros con perseverancia y dedicación, pues un día serán valiosas consejeras si el mal vuelve a amenazar nuestras tierras.
Cuida de tu madre en mi ausencia y, cuando la muerte reclame su existencia, entiérrala en el cementerio de Villanorte, cerca del lugar desde donde a ella le gustaba sentarse, a la vera del camino. Después, parte a la capital a concluir tu formación como caballero y haz que tu vida reluzca virtuosa como un faro en tiempos aciagos, pues por sus actos se definen los seres humanos y por ellos serán juzgados por la historia y el devenir de los tiempos.
Que la Luz te guíe, hijo amado.
Roger de Brac, Caballero de Ventormenta.
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