Espadas de Ventormenta (Diario de Zareba)

La mano del destino es misteriosa pero certera. La casualidad quiso que, tras presentar mis informes en el Centro de Mando, me topara con un asalto en plena calle. Un rufián, ataviado con larga capa y grueso embozo, apareció de entre el gentio e intentó apuñalar a un caballero que escuchaba la perorata de uno de esos predicadores del desastre que últimamente han aparecido por Ventormenta.

Por desgracia para el frustrado asesino, el caballero no estaba solo y sus amigos acudieron en su ayuda, poniendo en fuga al rufián, que desapareció entre las atestadas calles del Casco Antiguo. Yo también me había acercado al tumulto, y mi sorpresa fue mayúscula cuando reconocí la voz del caballero como la del viejo Dárcius, de las Espadas de Wrynn. Y sus compañeros no eran otros que algunos de mis antiguos camaradas de armas, como el correoso Aznáil de Ventormenta, el hechicero Angeliss y, por supuesto, Lucylda, mi primera y más sonada victoria sobre la muerte allá en los lejanos bosques de Vallefresno, hace ya casi una eternidad.

Hubo algunos reconocimientos e imperceptibles saludos con la cabeza, así como miradas de curiosidad por parte de algunos miembros del grupo que no conocía en absoluto. Nos observamos unos instantes. Ellos, ataviados con buenas vestiduras y mejor equipo. Yo, con mi espada de segunda mano, mis pantalones llenos de zurzidos y mi bolsa demasiado vacía.

Demasiadas diferencias, destinos muy distintos...

Por suerte, la situación, deseada y al mismo tiempo temida por mí, se resolvió cuando me invitaron a echar un trago en la taberna del Ermitaño Azul, en el Distrito de los Magos. Allí, al calor del fuego, con un pichel de cerveza barata en la mano, supe que el encuentro, aparentemente casual, iba a ser algo trascendental en mi camino. Allí, bajo las gruesas vigas del techo de la taberna, supe que había vuelto a recuperar a mis antiguos camaradas y que las Espadas, renacidas desde su desafortunada disolución, volvían a resurgir más lustrosas que nunca.

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