El ataque comenzó de la manera habitual, con ligeras escaramuzas y tentativas por parte de los hostigadores enemigos que trataban de penetrar en el perímetro defensivo, aparentemente sin éxito. De repente, la patrulla avanzada dió el aviso de que habían capturado vivo a un enemigo, un líder, así que acudimos con toda la premura que nos fué posible.
Cuando llegué, ví tendida en el suelo a la elfa de sangre. Sus moribundos ojos verdes perdían poco a poco su resplandor, mientras la vida se le escurría poco a poco. Los caballeros y los elfos que la habían capturado discutían entre sí acerca de ejecutar a la prisionera o no, de acuerdo con las rígidas normas del reino del bosque, cuando el taumaturgo enemigo apareció de la nada en medio de una cegadora explosión.
Caí al suelo, presa de un lacerante dolor en el costado derecho. No podía moverme y me costaba respirar. Pequeños cristales de hielo se habían clavado en mi carne y me dolían las costillas al respirar. Sentí frío, un frío helador, pues el enemigo había utilizado magia de escarcha para abatirnos.
Recuerdo haber sido reanimada por un caballero del Alba de Plata y llevada a la posada por mis compañeros, así como las palabras reconfortantes de los sanadores, pero nada más. Después, todo se sumió en la más absoluta negrura, una oscuridad repleta de dolor, hasta que los poderes calmantes de los druidas fueron mitigando poco a poco la sensación dolorosa en mi maltrecho cuerpo.
Ahora debo recuperarme. Prosiguen los enfrentamientos más allá del río, pero eso me da igual, ya que no puedo acudir allí. Ni siquiera puedo empuñar un arma sin que me duela todavía, pero los poderes de los sanadores son excelentes y en unos días podré volver a combatir.
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