Sentada en el camastro de los cuarteles en Elwyn, de nuevo en casa, pienso en todas aquellas cosas que vivimos en Vallefresno, en los buenos y los malos momentos, en las victorias y las derrotas. Pienso en todos los soldados jóvenes que deberían seguir viviendo y que ya no volverán al hogar donde los esperan sus seres queridos. Pienso en todas las víctimas de este conflicto, en todos los jóvenes de Ventormenta enviados a la guerra lejos de su hogar, asesinados entre los árboles del bosque de los elfos.
Pienso en Lucylda, herida de gravedad por la espada del enemigo, con la vida escapándose en un charco de su propia sangre sobre el suelo de El Refugio. Si sobrevivió aquel día fue porque no la dejamos rendirse, porque hicimos que desease la vida y no se abandonase a su tristeza por la pérdida de su amado. Pienso en el Comandante Serafín. Su valor y dedicación a la ciudad de Ventormenta nunca fueron aceptadas ni valoradas.
Y pienso en los Elfos Nocturnos y en sus degenerados primos, los Elfos Sangrientos, tan separados y al mismo tiempo tan parecidos en el fondo..
Si cierro los ojos,todavía veo la mirada de la elfa enemiga agonizando a nuestros pies y la dura impasividad con la que los elfos del bosque ordenaron su ejecución. Extraños y crueles me parecieron los actos de estas criaturas, a las que tenía por más bondadosas, actos que me hacen preguntarme sobre el sentido de lo que hicimos allí y sobre la pureza de nuestras intenciones bajo aquellos bosques...y en el viaje de vuelta.
Debo descansar. La herida en mi costado todavía quema al caer la tarde. Mañana lo veré todo claro.
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