Sentado en el interior de la cueva que hacía las veces de cuartel general, pienso en todas las cosas extrañas que he visto estos días. Hace tiempo, el hecho de estar aquí dentro hubiera supuesto un castigo por parte de los mandos, pero eso ya no importa. Ya no hay mando...ni cordura.
La patrulla de anteayer no regresó al campamento. "Desertores"- pensamos- "Que sus huesos se pudran al sol".
Después, desaparecieron los guardias de la puerta. Nadie los vio partir. simplemente, se esfumaron en el aire. El aire, que trae un extraño olor totalmente distinto del frescor de la hierba de estos bosques. Un olor inidentifcable, pero ligeramente familiar a la vez, eco de otros tiempos de los cuales hablamos en voz baja a la luz del candil.
Ayer, la patrulla que partió a reconocer el terreno informó de que habían encontrado sus cadáveres en el bosque. Los desgraciados habían tenido una muerte deshonrosa. Estaban desnudos, clavados a un grueso tronco, desventrados y vaciados como un cerdo en el matadero. Sus ojos habían desaparecido y alguien los había sustituído por piedras marcadas con runas. No podía ser obra de los elfos, pero tampoco de los humanos que se habían instalado en el Refugio. No. Los humanos pueden ser crueles, pero no harían eso a un cadáver enemigo pues aún conservan algo de honor.
Los chicos hablan de un rondador nocturno, de extrañas sombras que se acercan a la empalizada, de extraños sonidos en las largas noches de vigilia. Anoche creí ver algo saltar la empalizada. Se movía con una gracilidad sobrenatural, a pesar de ser de gran estatura. Durante un instante, giró su cabeza hacia mí y descubrí dos ojos brillantes como ascuas, ansiosos por encontrar una presa, engarzados como gemas en una cabeza adornada con una cornamenta retorcida. Conteniendo la respiración, me escondí tras unos troncos apilados y no salí hasta que la criatura, con un ligero siseo, saltó de nuevo por encima de la empalizada y se perdió en el bosque. A la mañana siguiente, el vigía de la torre, un verdoso conocido como Krand, había desaparecido sin dejar ni rastro.
Estoy seguro de que encontraremos su cuerpo profanado en las inmediaciones.
Así pues, aquí estoy, sentado en el interior de la cueva que hacía las veces de cuartel general, pensando en todas las cosas extrañas que he visto estos días. Hace tiempo, el hecho de estar aquí dentro hubiera supuesto un castigo por parte de los mandos, pero eso ya no importa, pues ya no hay mando ni cordura. Tan sólo la condenación de abismo profundo, donde habitan los demonios. Aquellos que un día nos esclavizaron, vuelven desde las sombras para darnos caza.
Entre la luz de las hogueras, espero a mi ejecutor con el hacha en las rodillas.
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